Malentendidos sobre la equidistancia y los “moderaditos”

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En ese casi género literario que es hoy la sátira de los “correctitos”, los “moderaditos”, los “centraditos”…, hay que distinguir entre las críticas certeras a ese vaporoso amor a todas las posturas, donde cualquier afirmación y su contraria son posibles, y las que ridiculizan de forma irresponsable la “blandura” de la moderación.

Pese a la mucha manía que se le tiene, la equidistancia hoy es una actitud bastante improbable. En tiempos tan apasionados, lo raro es encontrarse con personas que se posicionan “a la misma distancia” (según la definición de María Moliner) de dos o más posturas. Más bien, parece que el problema es el contrario: el exceso de militancia. Incluso entre los votantes de los partidos de centro, no es poca la pasión con que defienden su sitio en el lado correcto de la historia.

Otra cosa es que por “equidistancia” entendamos actitudes bien distintas, como el buenismo que renuncia a las propias convicciones para dejarse perdonar por el rival, la neutralidad ante situaciones que merecen una toma de postura clara, el oportunismo que busca quedar bien con todos, el relativismo que otorga el mismo valor a todas las opiniones, etc.

Convicciones firmes

Uno de los autores que ha puesto el dedo en la llaga es Miguel Ángel Quintana Paz, con su ya célebre artículo titulado El moderadito. Él no habla de equidistancia, pero sí de esa forma de astucia que antepone el deseo de caer bien “por igual a tirios y troyanos” a la búsqueda de la verdad. El relativista (como también podría haberse titulado el artículo) recurre a una falsa idea de moderación: la que entiende que la falta de convicciones es una condición para la paz social. Si dejamos a un lado las pretensiones de verdad –dice el viejo tópico–, entonces no nos pelearemos por tener razón; seremos tolerantes y abiertos.

En su réplica al mantra, Quintana Paz recuerda que la defensa de la democracia necesita de convicciones firmes. No fue el exceso de “certezas robustas” lo que facilitó la vida a los totalitarismos del siglo XX, sino el seguidismo acrítico. A extremistas como Hitler, Pol Pot o Stalin les vino muy bien contar “con millones de moderaditos”, personas “que asistieron impasibles a tales horrores sin perder nunca, o no perder en exceso, su proverbial moderación”.

A esta tesis acompañan otras que añaden cierta confusión al artículo, como cuando se pone a hacer exégesis bíblica. A veces, surge la duda de si la crítica de Quintana Paz va dirigida solo a los moderaditos o si también la extiende a la moderación. Recientemente, ha vuelto sobre la importancia de las convicciones en otro artículo con una tesis más perfilada.

Elogio o insulto

¿Qué dicen de la equidistancia los que son tachados de equidistantes? Hay quienes se lo toman como un elogio, como el periodista Juan Soto Ivars: “Lo que te están diciendo es que no saben muy bien dónde colocarte”, explicaba en un coloquio. Para él, el problema no es que haya gente heterodoxa o ambigua, sino que se les tolere cada vez peor.

“En un momento de intranquilidad y de tensión cultural, todo el mundo necesita categorizarlo todo. Necesita saber desde dónde se está diciendo cada cosa, se interpreta todo en función de donde venga”. El calificativo equidistante funciona entonces “un poco de coche escoba (…) para toda esa gente que es demasiado ambigua o que no ha dejado perfectamente claro a quién vota en las elecciones”.

Otro autor a quien le ha caído la etiqueta es Andrés Trapiello, quien presta atención a esa “tercera España” que se vio forzada a elegir bando en la Guerra Civil. El escritor leonés prefiere distinguir entre equidistancia, que “casi siempre es un camuflaje”, y ecuanimidad, que “es algo limpio y claro”.

El ecuánime no oculta sus ideas, no las disimula. Pero se niega a cambiar el sentido crítico por la lealtad al grupo. “Ser ecuánime no significa no comprometerse con unas ideas (…); al contrario, el ecuánime es quien advierte en unos u otros sus mentiras y trapisondas, camufladas casi siempre en la propaganda”.

El problema es que hemos convertido la diferencia política en el criterio que rige la vida social

Claridad sin presiones

A diferencia de Soto Ivars, Trapiello no es tan complaciente con la falta de definición. Pero quizá lo más expresivo de ambas respuestas es lo que revelan del contexto actual. De un lado, el afán de encasillar expone una inseguridad que se pretende resolver con el prejuicio identitario: ya no se dice “enséñame tus razones y sabré si estás en lo cierto”, sino “dime a qué tribu perteneces y sabré si dices la verdad”.

De otro, la pobreza de pensamiento fuerza al maniqueísmo polarizador: si cuestionas A, entonces eres B; si no te opones, apruebas; si no me das la razón, me odias… Es el chantaje típico de las falsas dicotomías, esas “trampas imaginarias” –como las define la periodista y filósofa alemana Carolin Emcke– que pretenden hacernos elegir “entre dos variantes que no nos convencen, o que ni siquiera son variantes”.

El chantaje puede adoptar otra forma. Ahora que se ha agudizado el interés por la batalla cultural, se espera una militancia incondicional. No es el momento de hacer equilibrios –se dice–, sino de retratarse sin fisuras: o estás con ellos o estás contra nosotros. Los matices y las distinciones se toman como cobarde equidistancia. El arte de la persuasión cede ante la furia partidista y la banalización del lenguaje. Lo importante es que los equipos estén claros y que cada cual tome partido, sin conceder nada al rival.

Pero ¿y si “los míos” no fueran tan parecidos a mí? ¿Y si, en realidad, estoy más cerca de algunos de “los otros”? La verdadera afinidad entre personas no viene del sentido del voto. Importan mucho más los planteamientos vitales, los valores a los que damos prioridad, la sensibilidad, las experiencias comunes, etc. Por ejemplo, una persona que estima más la honradez que la conveniencia, el cuidado que el poder, la belleza que la utilidad, el silencio que el ruido, la delicadeza que la vulgaridad…, puede sintonizar mucho mejor con quienes compartan esos valores, sean o no de la misma corriente ideológica.

El problema es que hemos convertido la diferencia política en el criterio que rige la vida social, olvidando que hay otras muchas cosas que acercan o separan. Esto es lo que algunos críticos de la equidistancia no comprenden: quienes se niegan a adherirse de forma incondicional a un bando no necesariamente son unos “correctitos” o unos tibios. Es que quizá no quieren pasar por el aro de las opciones que se les presentan.

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