El totalitarismo invertido, la tesis principal del teórico de la política Sheldon S. Wolin, es una forma sutil de poder que se estaría imponiendo en la democracia americana. Wolin intenta dar cuenta del fenómeno con minuciosa información, científica y periodística, a lo largo de más de cuatrocientas páginas. La idea es la siguiente: a diferencia de los conocidos totalitarismos del siglo pasado -nazi, fascista y comunista- que se adueñaban del aparato del Estado y su sistema económico, el moderno totalitarismo invertido podría estar conviviendo en perfecta armonía con el Estado sin necesidad de atacarlo. Las corporaciones, los poderes financieros, los lobbys y variados grupos de presión no organizados -aliados con la desidia de los ciudadanos- estarían imponiendo en la sociedad americana una realidad política de facto distinta a la aparente democracia participativa.
La otra aportación de Democracia S.A., es lo que Wolin llama Superpoder. Éste sería el equivalente, de puertas afuera, al totalitarismo invertido. Es decir, una nueva forma de hacer política exterior que actuaría de manera indeterminada e impaciente con las restricciones y controles. Además estaría imponiendo la voluntad militar como antítesis del poder constitucional.
Al lector español que haya seguido la información y la propaganda de la política americana durante los últimos ocho años no le resultará extraño el tono oscuro y preocupante que el autor adopta en este texto. Como es sabido, cierto sector periodístico, intelectual y universitario -como es el caso del profesor Wolin- viene considerando que se han encendido las alarmas que avisan del peligro en que está la democracia. Las razones hay que encontrarlas, sin duda, en la política exterior de los gobiernos de George W. Bush.
Por eso, pese al meritorio esfuerzo de Wolin, también es necesario resaltar cierto tono panfletario, que ha sido muy bien acogido por la izquierda americana, y que impregna un estudio que se mueve entre lo divulgativo y lo académico. En cualquier caso, Wolin es, con independencia de su teoría de la conspiración, un teórico político renombrado que en ocasiones yerra en el análisis de la actualidad. Las continuas referencias a Hitler, Mussolini y Stalin -pese a detallar el distinto carácter totalitario de sus sistemas- y la arriesgada tesis de que la democracia americana, en realidad, nunca ha estado consolidada deben ser entendidas así más como un elogiable recordatorio para que los ciudadanos nunca bajen la guardia que como la descripción de una terrible realidad en la que estén inmersos. Porque las recientes elecciones presidenciales norteamericanas -al margen de mayores o menores simpatías ideológicas inevitables- han permitido admirar el grado de funcionamiento democrático y la inquietud de un pueblo que se mantiene alerta.
Pero, en cualquier caso, y al margen de la abundante información propiamente interna de la política norteamericana, esta obra también puede leerse como una aproximación a la teoría política escrita por un experto para el gran público. Así, por entre las citas introductorias que encabezan los capítulos del libro, y en el cuerpo del texto, desfilan pensadores políticos tanto clásicos -Platón, Maquiavelo, Hobbes, Hegel-, como modernos -Leo Strauss, Harvey Mansfield, entre otros-. Wolin tiene es un envidiable conocedor de la historia de la teoría política. En definitiva, es preferible quedarse con el Wolin que cree que la ciudadanía puede despojarse de la nostalgia de no poder gobernar y con el estudioso de la historia que con el analista de la actualidad política.