Guerras culturales: yo creo conciencia, tú polarizas

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Debatir sobre qué ideas y valores hacen progresar a una sociedad es una parte normal del juego democrático. Pero siempre hay quien endosa a otros ganas de polarizar, mientras se atribuye a sí mismo los más nobles propósitos. Un estudio reciente ayuda a comprender por qué la izquierda y la derecha no se entienden cuando hablan de corrección política, libertad de expresión o diversidad.

Dentro de las formas de negacionismo al alza en la sociedad contemporánea, el sociólogo Frank Furedi ha llamado la atención sobre la que minimiza los conflictos de valores en cuestiones de calado. Los negacionistas de las guerras culturales –explica– quitan hierro a fenómenos que preocupan a una parte de la sociedad, como el deterioro de la libertad de expresión o el adoctrinamiento en las aulas, y atribuyen el interés por cuestiones de este tipo a la excesiva atención que les prestan los grupos más polarizados.

Lo paradójico es que no pocos de estos negacionistas son auténticos guerreros culturales, embarcados en la misión de liberar a la humanidad de lo que consideran pecados de la civilización occidental. Así, cuando lanzan campañas a favor de su concepción de la familia, la sexualidad o la educación no reconocen estar librando una guerra cultural. Antes bien, dice Furedi, las presentan como “batallas por la justicia social”, como se llama hoy en el mundo anglosajón a la lucha contra la discriminación por razones de sexo, raza u orientación sexual.

De modo que la cruzada de estos activistas por cambiar la mentalidad hegemónica aparece siempre como una exigencia de la inclusión y la diversidad, mientras que “son los del otro lado” –los partidarios de la distinción masculino/femenino o del matrimonio entre hombre y mujer, por ejemplo– los que están partiendo en dos a la sociedad con sus radicales causas.

Desde la perspectiva de los guerreros woke, es difícil comprender por qué hay quienes les acusan de querer adoctrinar. Según su punto de vista, lo que ellos hacen es educar y sensibilizar, aunque como argumenta Furedi en otro artículo, “la mejor manera de entender la ‘creación de conciencia’ es como un eufemismo para convertir a las personas a los valores de los propios creadores de conciencia”.

Pero cabe completar el análisis de Furedi: los partidarios de los valores tenidos por conservadores repiten el error de erigirse en portadores únicos de la decencia y el sentido común cuando se niegan a reconocer los avances que ha traído la visión moral de la izquierda –en particular, en la lucha contra el machismo, la homofobia y el racismo–, o cuando minimizan problemas reales, como los que subrayó la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco y ante la indiferencia de otros tres agentes.

Tú, ¿discriminas o proteges?

En los debates candentes en la opinión pública, hay términos que provocan emociones imprevisibles. Entre otras cosas, porque no todo el mundo entiende lo mismo cuando oye hablar de “diversidad familiar”, “populismo”, “ideología de género”, “feminismo”… De ahí la conveniencia de explicitar el significado de las expresiones que usamos en esos debates.

El estudio The Politics of the Culture Wars in Contemporary Britain, publicado hace unos días por el think tank Policy Exchange, es un buen ejemplo de los malentendidos que rodean a la batalla de las ideas. Su autor, el politólogo Eric Kaufmann, parte de una de las conclusiones de otro informe: el 72% de los británicos cree que la corrección política (CP) es un problema, y lo mismo piensa el 73% respecto del discurso del odio.

Ambas opiniones son compatibles. Y sugieren que quienes andan preocupados por la libertad de expresión no tienen por qué ser unos haters. Pero Kaufmann se fija en otra cosa: rara vez la vida real ofrece conflictos con respuestas tan nítidas; lo más habitual es que las discrepancias ante esas dos preocupaciones dependan de lo que cada interlocutor tenga en mente. Por ejemplo, unos oyen hablar de CP y enseguida piensan en el deber de evitar los comentarios racistas para no ofender; pero a otros lo que se les activa en primer lugar es el temor a ser censurados no por esos comentarios, sino por negarse a usar un lenguaje que consideran artificial e innecesario (por ejemplo, “Latinx”, “personas racializadas”).

Por eso, las preguntas de las encuestas son tan decisivas. Cuando se consulta a la gente si cree que la CP ha ido demasiado lejos, lo más probable –explica Kaufmann con ejemplos de varios sondeos– es que piense en las sanciones más graves (un despido) y se decante por el “sí”. Pero la respuesta cambia si se presenta la CP como una forma de proteger a ciertos grupos frente a la discriminación; aquí crece el porcentaje de los que apoyarían las restricciones a la libertad de expresión, sobre todo si son leves.

Divididos por la libertad de expresión

El apoyo a la CP –esto es, a las normas sociales que establecen qué se puede decir y qué se debe callar– crece a medida que nos acercamos al ala más a la izquierda del arco ideológico. Pero hay otros predictores de peso: es más probable que las mujeres, los jóvenes y los empleados en profesiones liberales prioricen la preocupación por proteger a las minorías.

Respecto a la ideología, es interesante que Kaufmann a veces engloba en la misma posición a los conservadores y a los izquierdistas clásicos –que exigen a la izquierda woke el regreso al principio de igualdad ante la ley– en contraposición al progresismo cultural, partidario de la política identitaria. Y también es interesante ver con quién se alinea la sociedad ante polémicas concretas.

De las 20 cuestiones planteadas en una encuesta del King’s College de Londres, solo en tres hay una ligera mayoría a favor de las posiciones asociadas a la izquierda woke: el apoyo a Black Lives Matter, la inclusión de los grupos discriminados en los libros de historia y el uso de los pronombres que cada cual elige para sí. En cambio, en un buen número de asuntos queda patente el rechazo a lo woke. Una abrumadora mayoría se opone a dejar de enseñar en las aulas que el sexo es una realidad biológica, o a cancelar a la escritora J.K. Rowling por sus críticas a los postulados del movimiento trans.

Otra conclusión interesante: los temas woke dividen a la izquierda, sobre todo en cuestiones relativas a la libertad de expresión, y unen a la derecha. De ahí, opina Kaufmann, que algunos políticos conservadores vean aquí un caballo ganador. Y cita como ejemplo las victorias de los gobernadores republicanos Glenn Youngkin en Virginia (2021) y Ron DeSantis en Florida (2022).

Maneras de ser diversos

Hay una excepción a la regla de que la mayor parte de la sociedad no es woke: los jóvenes. Además, los de menos de 35 años tienen menos reparos para apoyar las restricciones a la libertad de expresión: a la pregunta de si las editoriales deberían dar la espalda a Rowling, el “no” gana por la mínima entre los de 18 a 25 años; pero el rechazo a censurarla va creciendo en cada franja de edad hasta llegar al 82% frente al 3% entre los mayores de 50.

Este es un argumento serio frente a la hipótesis de que lo woke va a tocar techo: si es verdad que la política identitaria sigue concitando críticas en las filas de la izquierda, también lo es que una mayoría de jóvenes sintoniza con sus planteamientos. Aquí cabe plantear una pregunta: si queremos frenar el iliberalismo y velamos para que los jóvenes no se vuelvan antiminorías, ¿no habría que hacer lo propio para evitar que se conviertan en antilibertad de expresión?

Quizá por eso no es extraño que en la encuesta principal en que se apoya el informe, realizada en mayo de 2022 por YouGov y Policy Exchange a una muestra representativa de 1.818 adultos británicos, la mayoría quiera que se preste tanta atención a la diversidad ideológica o de puntos de vista como a la diversidad racial y de género.

La recomendación estrella de Kaufmann no es fingir acuerdo donde no lo hay, sino constatar las discrepancias y actuar en consecuencia. Muchos postulados woke –concluye– son posiciones abiertas al debate, no valores comunes a todos. Por eso, el Estado debería mantenerse imparcial respecto a ellas, especialmente en la administración pública, la sanidad y la educación.

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