Además de ser un bien en sí mismo, el pluralismo permite iluminar puntos ciegos en la manera en que se están discutiendo cuestiones de calado en la opinión pública.
Normalmente se piensa que las personas con mayor nivel educativo tienden a ser más liberales y tolerantes, pero no sucede así cuando se trata de las ideas políticas.
Los ataques de las radicales contra edificios cuya importancia patrimonial obvian, revelan una particular fijación contra la Iglesia y una notable pobreza cultural.
Una madre responde a un político gay de EE.UU. que hoy las familias más necesitadas de tolerancia son las que protestan por el adoctrinamiento sexual en la escuela.
Un joven empleado de la compañía ha redactado un documento en el que critica la supuesta pluralidad ideológica de la red social: “Somos una monocultura política intolerante”.
El fallo del Tribunal Supremo de Canadá contra una universidad cristiana expone las tensiones de un liberalismo que se dice imparcial, sin renunciar a tomar partido.
La intolerancia de cuño antirreligioso hace la vista gorda con las ofensas hacia los creyentes, mientras pide respeto para las ideas y los estilos de vida de los grupos afines.