A muchos espectadores de mi generación nos dejaron honda huella en la imaginación La guerra de la galaxias (1977), de George Lucas, y con sus dos notables continuaciones: El imperio contraataca (1980) y El retorno del Jedi (1983). Por eso nos defraudaron las tres precuelas que Lucas lanzó luego: La amenaza fantasma (1999), El ataque de los clones (2002) y La venganza de los Sith (2005). Y por eso se ha generado tanta expectación ante Star Wars: El despertar de la fuerza, la primera entrega de una nueva trilogía, ya liderada por Disney y sin la participación directa de Lucas. Un fenómeno popular que, solo en España, y tras una potentísima campaña publicitaria y numerosas iniciativas de los fans de la saga, se ha concretado en 280.000 entradas vendidas antes del estreno del filme en 1.300 pantallas.
La acción se desarrolla años después de los hechos relatados en El retorno del Jedi. Ahora, intenta hacerse con el poder del universo la siniestra Primera Orden, sucesora del Imperio en el lado oscuro de la fuerza. Su ejército lucha sin cuartel contra la resistencia, que despliega contra ellos una guerra de guerrillas. Rey (Daisy Ridley) —una joven chatarrera que espera a no se sabe quién—, Finn (John Boyega) —un desertor del ejército imperial— y el pequeño robot BB-8 intentarán encontrar al mítico caballero jedi Luke Skywalker (Mark Hamill), pues piensan que es el único que puede parar los pies al maquiavélico Líder Supremo Snoke y a sus lugartenientes.
La principal virtud de El despertar de la fuerza es su extremada fidelidad a La guerra de las galaxias. Y su principal defecto, exactamente lo mismo. Algunos reprocharán su estilo descaradamente imitativo, su calcada estructura narrativa, su repetición de secuencias —como la del intercultural bar galáctico…— y, en definitiva, su escasa capacidad de riesgo, pues hasta sus sorpresas resultarán previsibles para los iniciados.
En cualquier caso, frente al batiburrillo de la anterior trilogía, se agradece la rigurosa y creativa actitud de J.J. Abrams, el más aventajado discípulo de Steven Spielberg y director de filmes estimables como Misión imposible III, Super 8 o dos entregas de Star Trek. En su estereoscópica puesta en escena, Abrams recupera la espectacularidad, la trepidación narrativa y el tono aventurero de La guerra de las galaxias. Además, el guion que ha escrito con Lawrence Kasdan —coautor de los libretos de El imperio contraataca y El retorno del Jedi— y Michael Arndt (Toy Story 3) dosifica muy bien su cóctel total de géneros —de la acción a la tragedia, pasando por el western, la comedia, la intriga, el romance, el melodrama y el terror—, vuelve a dar un enfoque de la fuerza más religioso que esotérico o cientificista, y sienta las bases de los conflictos dramáticos de las próximas entregas.
Todo ello, sin dilatados enredos insustanciales, ni vacuos fuegos de artificio, ni jarjarbínkbicos payasos digitales… Y sí con unos nuevos actores de carne y hueso, que se compenetran muy bien con los veteranos, y que logran hacer muy entrañables a sus personajes. En este sentido, destaca especialmente la joven actriz londinense Daisy Ridley, muy bien secundada por su paisano John Boyega y el guatemalteco Oscar Isaac, que confirma su versatilidad. Así que no es de extrañar que suenen como recién creadas las extraordinarias fanfarrias del maestro John Williams y que hasta Harrison Ford recupere la frescura, la calidez, la energía y el buen humor que perdió hace años.
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