¿Cómo está el medio ambiente en el mundo? Responder que bien se interpretaría como un signo de irresponsabilidad ecológica, una suicida invitación a la pasividad. Pues todo el mundo sabe que «nos encaminamos al cataclismo» (New Scientist, abril 2001). Cualquier podría mencionar el crecimiento de la población, que consume más y más recursos; la deforestación galopante; la extinción de especies; la erosión del suelo; el imparable calentamiento del clima… Pero el profesor danés Bjørn Lomborg, en su libro The Skeptical Environmentalist (1), asegura que el medio ambiente mejora y que la situación material de la humanidad nunca ha sido tan buena. Por supuesto, tenemos aún muchos problemas, solo que los más graves no son ecológicos.
Bjørn Lomborg, nacido en 1965, estadístico de la Universidad de Århus (Dinamarca), sostenía lo que él llama «puntos de vista izquierdistas a lo Greenpeace»: muy distintos de las tesis del desaparecido economista norteamericano Julian Simon (1932-1998), que se empeñaba en decir que el mundo iba cada vez mejor. Para probarlo escribió varios libros, de los que el más completo es The State of Humanity (1995), obra colectiva dirigida por él que contiene una colosal colección de datos sobre casi todos los parámetros que indican el grado de bienestar del género humano.
Simon llevaba la contraria a muchos ecologistas o partidarios del control de la natalidad. Lomborg, que era uno de aquellos, se propuso refutarle con las armas de la estadística. Puso manos a la obra… y descubrió que Simon tenía razón en casi todo. La réplica se convirtió en una obra que confirma las tesis de Simon, publicada en Dinamarca en 1998 y cuya versión inglesa, actualizada, acaba de aparecer con el título The Skeptical Environmentalist. «Realmente -afirma Lomborg-, la suerte de la humanidad ha mejorado según prácticamente todos los indicadores cuantificables».
La letanía
Pero el Worldwatch Institute, Greenpeace y otras organizaciones continúan repitiendo «la letanía del continuo deterioro del medio ambiente». Es una canción conocida: la humanidad se multiplica pero la producción de alimentos no puede seguirle el paso, la atmósfera y las aguas se contaminan más, perdemos bosques a ritmo creciente, desaparecen 40.000 especies al año, se agotan los recursos minerales…
Tan insistente es la letanía, que no se pone en duda. «Solo hay un problema -señala Lomborg-: los datos disponibles no parecen concordar con ella».
El agotamiento de los recursos no renovables era el principal motivo de preocupación en el informe del Club de Roma (1972). Hoy tenemos más reservas que entonces. Por ejemplo, las de petróleo que se conocen y pueden ser extraídas a precios competitivos bastan para mantener funcionando la economía mundial otros 150 años al actual ritmo de consumo. Lo mismo ocurre con los recursos no energéticos. Cemento, aluminio, hierro, cobre, oro, nitrógeno y zinc constituyen más del 75% del gasto mundial de materias primas. En los últimos 50 años, el consumo de esos materiales se ha multiplicado por factores de 2 a 10; sin embargo, de todos ellos han aumentado las reservas conocidas. La prueba de que no hay escasez es que el precio no ha hecho más que bajar: en torno al 80%, en términos reales.
En 1968, Paul Ehrlich escribió: «La batalla por alimentar a la humanidad está perdida. Durante los años 70, el mundo experimentará hambrunas de proporciones trágicas: cientos de millones de personas morirán de hambre». Lo cierto es que en los países en desarrollo (PED), la producción agrícola por persona ha subido un 52% desde 1961. En esos mismos países, la ingesta diaria de calorías ha aumentado de 1.932 por cabeza -apenas lo justo para sobrevivir- en 1961 a 2.650 en 1998. Esto ha sido posible gracias al ingenio humano, que ha multiplicado el rendimiento de la agricultura, reduciendo de paso la necesidad de ganar más terrenos para cultivar y, por tanto, la presión sobre el medio ambiente.
Bosques y biodiversidad
Tampoco nos estamos quedando sin bosques, contra lo que dice el Worldwatch Institute, que cifra las pérdidas en 16 millones de hectáreas al año (un 40% más de la última estimación de la ONU). Ni es verdad lo que en 1997 proclamó el World Wide Fund for Nature (WWFN): que en los últimos decenios «dos tercios de los bosques del mundo se han perdido para siempre».
La ONU calcula que se ha talado mucho menos: en torno al 20%. Además, como el hombre no solo tala, sino que también planta árboles, la masa forestal mundial ha pasado del 30,04% de la superficie terrestre en 1950 al 30,89% en 1994, según la serie de datos más larga existente, la de la FAO. En cuanto a los bosques tropicales, los que más preocupan, la deforestación se ha reducido del 0,35% de media en los años 80 al 0,32% en la década siguiente.
Las 40.000 especies que se extinguen al año, según el número repetido como un mantra, nadie sabe cuáles son. Se conocen 60 especies desaparecidas de Puerto Rico en 400 años de deforestación. No se ha registrado ninguna extinción entre las 291 especies animales conocidas de los bosques atlánticos brasileños, pese a que estos se redujeron en un 88% durante el siglo XIX. A este paso, se puede prever que se extinguirán el 0,7% de las especies en los próximos 50 años, de ningún modo la cuarta parte o la mitad que dicen los malos agüeros.
De este breve repaso se deduce que, por lo que respecta al medio ambiente, «la mayoría de nuestros problemas se están volviendo más pequeños, no mayores», dice Lomborg. El libro lo muestra con muy numerosos datos, apoyados en casi 3.000 referencias, 173 gráficos y 9 tablas. ¿De dónde sale, entonces, la «letanía»?
La alarma vende
El título danés de la obra y el subtítulo de la edición inglesa hablan de «el verdadero estado del mundo», en intencionada contraposición con el informe anual del Worldwatch Institute. Este organismo, presidido por Lester Brown, publica desde 1984 El estado del mundo, una lacrimosa panorámica del planeta que anuncia catástrofes que nunca se cumplen, sin que por eso den lugar a rectificaciones en las ediciones posteriores.
Esta pertinacia en el error, compartida por otras voces, se explica, en parte, por el sencillo hecho de que las malas noticias despiertan más interés que las buenas, y los medios de comunicación las difunden con más frecuencia y más ímpetu. También influye que los grupos ecologistas necesitan publicidad y mantener la alerta roja para seguir captando fondos. Que esas organizaciones, advierte Lomborg, estén formadas, en su abrumadora mayoría, por gente altruista no impide que presenten muchas características de todos los lobbies; pero hace que el público no aplique a los ecologistas las mismas cautelas que a otros grupos.
Lomborg cita la franca declaración de un dirigente europeo de Greenpeace: «La verdad es que muchos problemas ecológicos por los que combatíamos hace diez años están prácticamente resueltos. Aun así, la estrategia sigue estando centrada en el presupuesto de que todo se está yendo al infierno».
Cómo se fabrican los mitos
Ir más allá supondría entrar a juzgar intenciones. Lomborg hace algo más interesante: explica cómo se fabrican los mitos ecológicos. Para evaluar del modo más preciso posible el estado del planeta es necesario atenerse a ciertas normas metodológicas.
Lomborg cuenta que en sus intervenciones públicas ha solido encontrar gente que cree poder refutarle señalando los males presentes. ¿Cómo se puede, por ejemplo, sostener que vamos bien cuando el 18% de la población de los PED sufre malnutrición? Pero, para medir cómo está el mundo hay que comparar con el pasado: de otro modo, los datos no significan nada, porque no muestran la dirección que llevamos ni indican cómo podríamos progresar.
Así, que el 18% de la población de los PED esté malnutrida es un problema, ciertamente grave, pero menos grave que antes: en 1970, la proporción era del 35%. También en 1970, tenían acceso a agua potable el 30% de los habitantes de los PED; ahora son el 80%. Y si, como ocurre, «las cosas mejoran, sabemos que vamos en la buena dirección, aunque quizá no a la velocidad adecuada. Tal vez podamos hacer más para mejorar la situación alimentaria, pero el enfoque básico no es equivocado».
Periodos mal elegidos
En cambio, los datos sin comparaciones son mudos. «Si uno quisiera, fácilmente podría escribir un libro lleno de ejemplos atroces y concluir que el mundo se encuentra en un estado espantoso. O podría escribir un libro lleno de ejemplos brillantes de lo bien que está el medio ambiente. Ambos enfoques podrían usar ejemplos verdaderos en sí mismos, y sin embargo, los dos serían formas de argumentar igualmente inútiles». En efecto, lo significativo son las tendencias. Y para identificar las tendencias es imprescindible atender al largo plazo: no hacerlo es fuente frecuente de equivocaciones.
Precisamente, el Worldwatch Institute ha predicho erróneamente varias crisis alimentarias sin más base que los datos de unos pocos años de peores cosechas. En 1996, el WWFN denunció una deforestación galopante: la pérdida de bosques en el Amazonas había subido un 34% desde 1992. Lo que no dijo es que los años 1994-95 hubo un pico: la masa forestal se redujo en un 0,81%, más que cualquier otro año desde 1977. En 1998-99, la pérdida fue del 0,47%, menos de la mitad del máximo registrado cuatro años antes.
Finalmente, Lomborg subraya un principio de prudencia: «Cuando oímos que algo es un problema, hemos de preguntar qué importancia tiene en relación con otros problemas». En cambio, los toques de atención de los ecologistas suelen tener un tono de urgencia absoluta.
Lomborg aplica la comparación de costos y beneficios al calentamiento de la Tierra. Si en el siglo XXI las temperaturas suben torno a 2,5º C por las emisiones de dióxido de carbono, como indica una de las hipótesis de la Comisión Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), ¿a cuánto ascenderá la factura mundial? El profesor William Nordhaus (Yale) se ha tomado la molestia de calcularlo: unos 5 billones de dólares, costo que recaería principalmente sobre los PED. ¿Qué se conseguiría con aplicar el protocolo de Kioto, que estipula rebajar las emisiones de dióxido de carbono a los niveles de 1990? Según un modelo elaborado por Tom Wigley, coautor de los informes de la IPCC, lo más probable es que el calentamiento se redujera solo unos 0,2º C. ¿A qué precio? Los datos que maneja Lomborg indican que los costos serían semejantes a los del calentamiento mismo: hasta 4,7 billones de dólares.
Pues bien, con menos de la ganancia que se obtendría aplicando el Protocolo de Kioto, unos 200.000 millones de dólares, se podría dar acceso a agua potable y saneamiento a prácticamente el 100% de la población de los PED. Este sí, dice Lomborg, es un objetivo asequible que resolvería un problema cierto a un costo razonable (cuatro veces la ayuda anual al desarrollo que actualmente dan los países ricos a los pobres). Y los beneficios serían claros: la falta de acceso a agua limpia y saneamiento se estima relacionada con millones de muertes e infecciones al año en los PED. En cambio, «el calentamiento de la Tierra no es ni mucho menos el problema más importante del mundo».
Datos y simpatía
Lomborg no quiere pasar por «optimista». Por eso insiste en una distinción: que el mundo va mejor no significa que vaya suficientemente bien. Pero los progresos comprobados son preciosas indicaciones para seguir avanzando. En cambio, empeñarse en ver el lado oscuro de las cosas, inspirar temores infundados, presentar amenazas hipotéticas o agrandar la dimensión de los males no sirve ni siquiera de saludable revulsivo. Al contrario: «La constante repetición de la letanía y de las tan oídas exageraciones ecologistas tiene graves consecuencias. Nos mete miedo y nos inclina a emplear nuestros recursos y nuestra atención en resolver problemas fantasmas, olvidando las cuestiones reales y acuciantes (posiblemente no ecológicas)».
El mensaje de Lomborg ha alcanzado notable eco, con ocasión de la publicación en inglés de su libro. Es inevitable recordar a Julian Simon, que dijo lo mismo mucho antes, pero no fue tan oído. Ocurre, comenta The Economist (8-IX-2001), que «Simon era un marcado conservador, al que, en consecuencia, los medios dominantes no hacían caso. Lomborg es un izquierdista blando ex partidario de Greenpeace, un fotogénico danés rubio, un promotor de sí mismo que tiene encanto y que comprende la importancia de, como él dice, resultar simpático«.
Bienvenido sea el encantador danés. Pero la importancia de la simpatía hace dudar del poder de convicción de los datos para los adictos a la letanía y entusiastas del control de la natalidad. El último informe anual que el Fondo de Población de la ONU acaba de publicar asegura: «El aumento de población y el consumo están alterando al planeta en una escala sin precedentes. En todas partes hay signos de estrés: destrucción de hábitats naturales, especies amenazadas, suelos degradados, aire y agua contaminados y derretimiento de los casquetes polares a causa del calentamiento mundial». A Lomborg le va a costar que algunos escuchen su mensaje.
Para saber más
* Bjørn Lomborg tiene una página en Internet: www.lomborg.com. Ahí se puede obtener el capítulo primero de The Skeptical Environmentalist. Algunos críticos han puesto una página (www.anti-lomborg.com) donde, además de réplicas a las tesis del libro, hay enlaces a una serie de cinco artículos en The Guardian en los que Lomborg resume los principales argumentos de su obra.
* Aceprensa se ha referido en distintas ocasiones a las equivocadas predicciones catastrofistas. Entre otros artículos: «Los que nunca rectifican», segunda parte del servicio 1/98, y varios comentarios sobre los informes del Worldwatch Institute: servicios 38/96, 67/99, 12/00.
* El libro de Julian Simon The Ultimate Resource (Princeton University Press) fue publicado en español con el título El último recurso (Dossat, 1986). Se puede ver una reseña en el servicio 85/94.
* Aceprensa ha publicado algunos textos de Simon: «¿Cuántas especies se extinguen?» (servicio 70/93) y «EE.UU.: los inmigrantes benefician a la economía» (servicio 20/96).
* Una entrevista hecha a Julian Simon poco antes de su muerte apareció en el servicio 25/98. También se puede leer parte de una semblanza de Simon, publicada por la revista Wired, en el servicio 42/97.
* Hervé Le Bras es otro especialista que ha replicado a los mitos sobre población y recursos en Les limites de la planète (Flammarion, 1994). El libro fue ampliamente reseñado en el servicio 112/94.
* También puede ser útil consultar otros libros divulgativos. El de Francisco Tapia y Manuel Toharia, Medio ambiente: ¿alerta verde? (Acento Editorial, 1995) proporciona importantes precisiones, aunque es menos acertado en los temas de demografía (cfr. servicio 101/95). Manipulación verde. ¿Está en peligro la Tierra? (Palabra, 1995), de Carlos Cachán, presenta un panorama de los principales mitos y realidades ecológicas (cfr. servicio 41/96).
* Se pueden encontrar más artículos en el archivo de Aceprensa, en las voces Ecología y Población y recursos.
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(1) Bjørn Lomborg. The Skeptical Environmentalist. Measuring the Real State of the World. Cambridge University Press. Cambridge (2001). 504 págs. £47,50 (tapas duras), £17,95 (bolsillo). T.o.: Verdens sande tilstand. Traducción (parcial): Hugh Matthews. Publicado también en islandés (2000) y sueco (2001).